LA INSTALACIÓN CON OBJETOS Y PERFORMANCE “Rojevy Pe Ñe’é Opyta Jakuera Akue (Recuperar la
palabra para sanar)
Las medidas son variables.
Los objetos se reparten
en las vitrinas, mesas y/o estanterías con las que cuente el espacio asignado, o pueden instalarse del modo que a
continuación se describe:
En una estantería construida con tablas de pino cepilladas y
ladrillos rojos comunes;
En dos mesas de madera plegables de madera de pino, en una de
ellas se disponen dos bancos o sillas plegables de madera de pino.
Sobre la estantería se acondicionan los textiles con
mapas y textos impresos, los libros y cuadernos de notas, las netboooks por las
que circulan los archivos de fotografías, la máquina fotográfica, la máquina de
escribir portátil, los binoculares, juegos de llaves, corta papeles, llaves,
porta retratos, caja con hilos de bordar y agujas, etc.
Respecto de los libros se aspira a que integren la
instalación libros del patrimonio de la biblioteca que por afinidad y
correspondencia, resulte de interés integrar a esta muestra, con las medidas de
seguridad correspondientes (vitrinas).
En una de las mesas, mate cocido, tazas, pan casero,
tabla, cuchillo de pan, servilletas de tela.
En la otra mesa, la
mesa de pintura corporal, se acomodan todos los elementos apropiados para realizar las pinturas
(caja de madera con frascos con engobes, pinceles, palitos, cucharitas,
soportes cerámicos, mantel).
En la pared detrás de esta última mesa, el tapiz
con las muestras de dibujos posibles, algunos mapas y textos bordados, montados
sobre tela con varilla de madera y cordel para colgar.
El texto de Miranda
Allende que acompaña,
se encontrará accesible y en copias para que el público pueda llevarse un
ejemplar.
PERFORMANCE
Se realizará una vez por día a la misma hora (a convenir)
durante el tiempo que transcurra la muestra, por la cantidad de tiempo que
estime el/la performer. Se realizará con
los participantes que acudan al espacio en ese momento y estén dispuestos.
El o la performer, a sumirá el rol de cuñapayé o kataí acomodándose
en uno de los bancos situados a los lados de la mesa de pintura corporal, de
modo que el tapiz le quede a la espalda. Recibe al participante o a la
participante, quien se ubica en el asiento de enfrente, convida con el pan y el
mate cocido y lo informa sobre el propósito de ese ritual (encontrar las
palabras), invitando a que elija un diseño (de los que está viendo en el tapiz
que tiene delante) y un color para pintárselo sobre su/s antebrazo/s o dorso de
la/s manos/s, mientras él o la dibujante, escucha aquello que el participante
quiera decir con sus propias palabras. Una vez terminada la realización del
diseño, concluye encuentro cuando esa persona que da lugar para que participe
otra.
RELATO
FUNDACIONAL
Las mujeres contaban, que las antiguas decían, que
cuando se fueron los padrecitos, todo cambió.
En realidad, todo había cambiado cuando llegaron, pero
eso ya nadie lo recordaba.
Ellos, que sabían todo, habían traído la palabra de
Dios en el libro. Les habían enseñado muchas cosas, un montón de cosas, decían.
Tantas, que era difícil saber cómo era todo antes que Tupá los trajera.
También les enseñaron a leer la palabra del libro a
los hombres, y para eso les enseñaron a escribir también. Porque la palabra de
Tupá estaba hecha de signos que ninguno había visto antes, era difícil.
Cuando los hombres volvían a la tekoa, les mostraban
cómo era, haciendo marcas en la tierra del piso, les explicaban cómo era el
libro y lo que había que hacer para conocer el cuerpo de Dios. Dios como
nombre, decían, dándose importancia.
Aquellas mujeres relataban que a ellas, los padres les
habían enseñado a cubrir los cuerpos, porque eran una vergüenza a los ojos de Dios.
Hilar, coser, bordar, todas las telas de la misión y
como el papel y la tinta no les correspondían, cuando podían bordaban sobre
retazos el libro.
Porque ellas decían que había que tratar de dibujar la
palabra de Tupá, porque los payés decían que Él quería que lo entendieran,
porque era importante.
Así es que fueron haciendo los libros de Tupá, en
secreto, para protección del hogar y para que estuviera contento que se
recordara su forma de antes que llegaran los misioneros y cubrieran de pudor los
cuerpos pintados. Es que, contaban, antes cada uno tenía su diseño, que cuando
era el momento se lo pintaba el payé, y ellas, las mujeres, se ocupaban de
mantenerlos, siempre.
Decían, que desde entonces los avá andaban
desorientados, por no saber dónde buscar la Tierra Sin Mal, por hallarse fijos,
por eso, cuando alguien anda como perdido o necesita recordar quién es, hay que
hacerle un dibujo con la tierra misma, para que se oriente
EL RITO:
En un rincón del ambiente donde el ritual se
despliegue, cuelga en la pared el textil que muestra los diseños ancestrales
que el participante observará para elegir uno de ellos; sobre una mesita
cubierta con un género neutro (lienzo por ejemplo), se dispone el libro de
artista, que también puede consultarse, en otra mesita de iguales
características de la primera se disponen los frascos con las barbotinas
(arcilla líquida) de diferentes tonalidades y los pinceles. Acompañan dos
sillas.
El karaí (el que sabe) se sienta en una y pinta sobre
la piel de quien se acerca a consultar el diseño que este elija, mientras propicia
que el participante hable para escucharlo. Puede que también intercambien palabras
que sólo ellos compartirán. Al terminar de realizar el diseño/palabra, concluye la ceremonia.
El rol del karaí puede asumirlo cualquier participante
que se acerque al espacio de la instalación, siendo la única condición, su
predisposición a la escucha y su deseo de dibujar.
Laura Massoni, 2020
N de la R: Con
el tiempo, se perdió el significado de los signos y también su nombre, aunque
se presiente un código, que parece sintetizar formas que recuerdan pieles y
pelajes de los animales de la zona (serpientes, felinos, aves).
TRABAJANDO EN EL TALLER – ELS, el
origen.
Hace varios años, en 2012, con un
conjunto de artistas que asistían a mi taller, nos propusimos la tarea de
tratar de actualizar la representación de la figura humana en nuestra obra.
Veníamos trabajando en ese sentido, más como motivo a la hora de abordar
problemas plásticos que como objetivo. Desde entonces, a razón de 9 0 10
encuentros anuales uno por mes participamos de una experiencia que desde el
vamos contuvo algunas normas, de tal modo de crear las condiciones para que la
realización de las sesiones propiciaran nuestro propósito.
Así invitamos a diferentes
artistas de la danza, el clown, la música, la expresión corporal, las artes
marciales, etc., a sumarse en solitario o en grupo a nuestra intención de figurar
al humano en movimiento. En franco movimiento, realizando sus acciones propias,
invirtiendo por lo tanto la tradicional propuesta de indicar al modelo su
trabajo (posturas, secuencias, desplazamientos) y en vez, seguir el
desplazamiento de la figura en el espacio, tal como se presentaba ante
nosotros.
Trabajando en el taller, marzo 2015
Nuestra motivación surgía en la preocupación
que aparecía ante lo inasible de la figura humana como se nos ofrecía a nuestra
sensación, en la experiencia urbana cotidiana. Observábamos que ella garantizaba
una percepción indeterminada del conjunto humano que nos rodea mientras nos
encontramos invariablemente en tránsito hacia otra parte, ya sea en los pasajes
del trayecto o en los no – lugares de traslado (micros, subtes, taxis,
colectivos, autos, esquinas, manifestaciones, lugares públicos) que agregan a
la situación el chequeo constante de nuestras máquinas portátiles con sus imágenes
o sonidos de las músicas que nos acompañan mediante los auriculares, sin
olvidar los televisores, monitores, altoparlantes, etc., que contribuyen a esta
percepción de autonomía y dependencia, fragmentada y efímera, a las que el yo -
sí, un yo - se intenta adaptar, mientras al mismo tiempo naufraga en las
aguas peligrosas de la imposible integración del sí mismo.
Transeúntes, fotografía
Eso, se nos hacía presente como
la franca dificultad de representar, no ya el carácter de la pose de la figura
que afectara también momentáneamente nuestra sensibilidad, sino imposible la
realización de una aprehensión del carácter psicológico o de la singularidad,
de ese yo, que es ese otro, manifestándose en la cercanía.
Vimos también que hecho el
ejercicio de dibujar de memoria, aparecían sincretismos y estereotipos de
figura humanas estáticas, que tramitaban un sólo rasgo psicológico (pasa con algunas caricaturas), como si la percepción hubiera adocenado muchos momentos en una
sola figura inmóvil. De ninguna forma nos pareció que allí se agotara la
experiencia, por simpática u ocurrente que fuera y nos propusimos esta variante
de laboratorio en la cual se crearan las condiciones para acercaros a la figura
humana uniendo lo que veíamos en las circunstancias relatadas más arriba con la
situación que había presentado la pregunta: ¿cómo se “siente” plásticamente la
figura humana hoy?.
Es claro que es una pregunta muy
grande y por supuesto la última de las intenciones es responderla. Sólo marcó
la senda como propuesta de trabajo, como guía metodológica que orienta la
inquietud plástica o el lenguaje elegido para pensar (ese pensar que vive en un
espacio otro respecto de la lógica) en la forma del humano en el mundo actual.
Ahora, si nos ponemos a ver, el
lenguaje plástico no parece el más adecuado para mostrar los tiempos que
corren.
Me refiero a los
tiempos de las sociedades que han ingresado en el cambio de paradigma que
supone la convivencia con el mundo tecnológico, concretamente las máquinas que
pueden operar por sí mismas y sustituyen la labor humana de modo nunca antes
visto ya que la velocidad a las que pueden procesar un número impensable de
datos pueden ya “proponer” “crear”, “sugerir”, “inducir” y hasta “intuir”
problemas y soluciones, generando una especie de humanidad paralela o aumentada
que crea pero no controla la operatoria de esas máquinas (servidores, robots,
etc.) todas ellas dedicadas a hacer la vida más sencilla (y crecientemente más
ausente, ignorante e indolente) a esa parte de la humanidad. Se postula con
franqueza una mutación en la sensibilidad y sensitividad humana, esa facultad
que hace posible la interpretación de los signos que no pueden definirse con
precisión en términos verbales, puesto que esa diferencia infinitesimal e
indiscernible supone la experiencia de la conjunción de los cuerpos, puesta en
crisis por la conexión con las máquinas: segmentos, fragmentos sintácticos y
semánticos. Se postula la perdida de la capacidad para detectar lo
indetectable, para leer signos invisibles y para sentir los signos del
sufrimiento y el placer del otro, dada la ambigüedad intrínseca del valor de la
expansión de la red, por lo tanto en este progresivo desmantelamiento de la
civilización moderna, la impotencia, la propagación de la violencia, el
fundamentalismo y el racismo no pueden entenderse si no se echa una mirada
sobre estas cuestiones que permitan enfrentar las necesarias consecuencias que
también se reflejan en la representación del esquema corporal, apareciendo como
síntomas claros este estado de la situación, que nosotros vimos en nuestro trabajo y nos
pusimos a cuestionar.
Tejido conectivo, fotografía
Porque también hay que decirlo, no es así para la totalidad de la humanidad.
Una enorme porción de la
población mundial no recibe los beneficios de los servicios cibernéticos, más bien vive en carne propia
el ser substituidos en su calidad de esclavos o explotados (cancelación del
puesto de trabajo) por máquinas infinitamente más eficaces que trabajan a la
velocidad de la luz, y a esa misma velocidad condicionan e influyen a sus amos.
Esa humanidad desplazada -que en
verdad pocas veces ha tenido rostro, carácter de la pose o retrato psicológico,
como no sea para destacar su especificidad étnica y folklórica- en este momento
se abisma, aferrada con los bordes de los dedos de los pies, al limbo al que el
capital financiero y sus políticas neoliberales la arrojan,
condenada, a ese destino manifiesto que significa la expulsión de la vida: sobran,
contaminan, polucionan, son lastre, peso muerto. El mismo trabajador es una
especie en extinción.
Las máquinas con su plasticidad
sin fin (fotografías, cine, servidores, redes, etc.) proporcionan una imagen
del mundo que se hace mundo y aplaca los aires de rebeldía (la capacidad de elaborar síntesis), los confunde,
mediante la desorientación que produce la sobreabundancia.
El arte ha espejado al hombre y
su mundo desde siempre y sólo a veces ha propuesto otros mundos posibles, pero
por sobre todo. se ha nutrido de su voluntad y deseo (consciente e
inconsciente) de dar cuenta de su época.
Ahora, cómo afrontar el cambio de
paradigma que supone el abandono del yo – con su última condición de angustia y
soledad – desintegrada de la concepción antropocéntrica que dominó el mundo y, que además de un deseo de individuación y autonomía para sus creadores y
propulsores, produjo en vastas zonas y sociedades: hambre, devastación,
colonialismo, esclavitud, saqueo, peligro ambiental, atómico, guerra mundial,
armamentismo y genocidio, por otro que, por ahora, naturaliza la fragmentación,
la colectividad – no la comunidad – la tolerancia por sobre la igualdad, la
coexistencia por sobre la fraternidad, el neoliberalismo por sobre la libertad
y que una vez más, no presta atención a la enorme mayoría de la población
mundial que no participa en la gestación ni la asunción de éstas problemáticas
y si, invariablemente, sufre sus consecuencias, que además, desde el vigente y
potente esquema de relación que desarrolla el neocolonialismo, vive como defección propia el colonizado, sin poder tomar la suficiente distancia para advertir que buena
parte de sus dolores no son propios, sino infligidos.
Esa figura, que se mueve, se
desplaza, que no reposa, que no oficia, que no produce mayormente bienes, o no
conoce más que una parte de la operatoria de su producción, que no se basta a
si mismo pero tampoco tiene acceso a ese mundo sustituto que involucra las
máquinas al servicio humano y por eso mismo vive una especie de nostalgia no
precisable de un mundo ajeno y de otro perdido, tamizado por estupefacientes,
sustancias tóxicas y medicamentos, … ¿esa figura, que forma tiene?
¿Será la forma de un
existencialismo decadente? ¿Será la forma de un vegetar no consciente?
El arte abstracto quitó la figura
de la escena, el surrealismo sumó los tiempos de su desplazamiento, el
hiperrealismo la cristalizó, el expresionismo abstracto la obliteró al gesto,
los ingleses (que son un movimiento en sí mismo) la pasaron por la picadora de
carne, la iluminaron con luz artificial y la hicieron carne para caníbales, el
cubismo la fragmentó y esquematizó (operación esta última que realizaron casi
todos los movimientos modernos incluido el futurismo que al querer incorporarle
la velocidad industrial fue a recalar en un nuevo arquetipo de la forma,
en este caso, secuenciada) todos ellos, eso sí, alejándose en forma visible y a
paso sostenido del robo del aura, que atribuyeron mayormente a
la fotografía y el cine.
Tuvieron intención de restituirla, poniendo en conjunción los gestos más diversos que más que nada, ilustraron su
pérdida. Se les escapó el carácter psicológico
de cada figura humana representada, esto es, la construcción que deviene de la aguda observación y voluntad de comprensión del otro, y de sí mismo, como
mediador entre el retratado y el espectador supuesto, que recibirá noticias
sobre ambos, el representado y el artista. Retrato y autor. Mona Lisa y
Leonardo, van juntos.
En toda época de cambio de
paradigma ha habido cruces y alteraciones (los Cristos que parecen nadie, los
que parecen alguien, los autores anónimos, los con seudónimos, etc.) espejos
circulantes de condiciones estructurales
diversas.
Algo para destacar como singular
de la actualidad, es la convivencia y la connivencia con la velocidad de la
luz, que se ha entrelazado con la vida y la muerte de los humanos. Ha
propiciado cambios estructurales en las condiciones de vida, de la intimidad,
la comunidad, consolidando el formato de relación que constituye en la práctica
el devenir del capital financiero como regulador (y desregulador) de la
economía mundial, caracterizable -al igual que las ondas sobre las que se
transporta- por no sentir.
El capital financiero, no siente.
Tampoco tiene rostro, ni cuerpo,
ni psicología, ni discurso organizado.
El capital financiero es un
hecho, como quiere Bacon para su pintura.
El capital financiero no re-conoce
el pulso vital, el hálito condensado en una manifestación sensible de la
humanidad como puede ser el arte plástico, la artesanía, la comida casera o los
manuscritos.
La contracción del mercado del
arte puede incluir, como variable a considerar, a la hora de buscar
explicaciones sobre sus desplazamientos de interés, el hecho de que sus
consumidores más fuertes no reconozcan el valor agregado de las mercancías
ofrecidas, que antaño dominaban la escena a la hora de producir y ser ofrecidas
para la venta.
Se dan situaciones paradojales en
donde las mayorías productoras de arte se perciben como minorías desactualizadas
y desorientadas, quienes producen cantidades descomunales de expresiones
artísticas más tradicionales, nada espectaculares, y que no tienen mucho que ver con el ínfimo número
de aquellas que encuentran eco en la elite dominante, con su intrínseca condición causar impacto. Un espejo cultural y por
lo tanto también social, de lo que vivimos todos los días de nuestras vidas
cuando tomamos contacto con el desarrollo del poder a nivel global.
En la materia, nos acompaña el cine de ciencia ficción del
siglo XX donde abundan los ejemplos de esos mundos dominados por un grupo reducido de
seres que controla la vida y la muerte de los humanos, asimilando el esquema de
las monarquías absolutas a las sociedad que en forma creciente se sirve y
depende de las máquinas - puesto que se hacen cargo de todo lo que los humanos
no quieren hacer - constituyendo una nueva casta de hiper eficientes esclavos,
que siguiendo con la lógica histórica de la humanidad, llega un momento que se
rebelan y disputan el poder. Allí están desde Metrópolis a Blade Runner, desde
1984 a 2001 Odisea del espacio, desde Farenheit 451 a Matrix, encarnando los
terrores y previsiones sobre las posibles consecuencias de lo que hemos sabido
concebir.
En las situaciones que describo,
hay poco tiempo interno para detenerse en la profundidad psicológica del
interpretado, representado o sustanciado, no siendo suficiente la explicación
de que tal tarea la ha tomado la fotografía y el cine. Si bien, cumple un rol
esencial en la persecución de ese objetivo, el hecho de que hayamos incorporado
subjetivamente el lente que aumenta el rostro en pantallas gigantes y poder ver
así de cerca le mohín del actor o la figura ilustre, en la vida de todos los
días, lo cierto es que no acercamos la cabeza hacia las personas para saber qué
sutil estado anímico la atraviesa, nos seguimos manejando, antes bien, con el
repertorio de sensaciones y percepciones de base intuitiva para ser permeables
a las situaciones, sin riesgos físicos para nadie. Y en cuanto a la
representación de la figura humana mediante la condensación de gestos
registrados en un soporte, las coordenadas de producción siguen siendo las
mismas: la voluntad del hacedor, la entrega del representado, la conexión y el
grado de consenso entre ambos, etc.
Si bien las artes plásticas se
vieron relevadas de la obligación de fidelidad a la forma cuando no había otra
posibilidad de registro, el primer paso para ahondar en el carácter psicológico
del modelo fue contemporáneo con las elucubraciones de la filosofía de la
existencia, último bastión de la concepción antropocéntrica del universo,
aunque ya en girones, adueñándose aunque más no fuera de su conciencia de
insignificancia y soledad.
No fue sino luego, concomitante
con el desarrollo de la velocidad de producción y reproducción tecnológicas que
ese humano perdió su rostro irrepetible para fundirse en un contorno
reconocible sin rostro específico o singular.
Humanos en tránsito, fotografía
Como si el viejo temor de los
originarios hubiera cobrado cuerpo. Nunca antes cada persona ha tenido tantas
fotografías de sí y nunca, tan poco rostro.
Felipe Fernández Lorea, dibujo
A propósito, en nuestra región,
no ha sido – la representación de la figura humana- materia de ese tipo de
elaboración para nuestros ancestros, puesto que la construcción de un yo
singular tiene un origen europeo, dándose la eventualidad de que la comprensión
de un yo singular regional resultara un camino un poco tortuoso, cuando no
sinuoso, plagado de sin sabores, lejos de la percepción de un triunfo y cerca
del rostro de la rebeldía y el acaso.
Por aquí también la
representación de la vida animal, vegetal, animista y religiosa ha tenido una
mayor horizontalidad en vez de la jerarquía eurocéntrica, de la que también
formamos parte en esa doble vara que nos rige y nos hizo cuestionadores por
elección. Fue posible ponderar el arquetipo, más que la descripción
fenomenológica del cuerpo. Culturas ausentes de la historia oficial,
constituidas por anónimos o por líderes destrozados no tienen aún hoy, oportunidad
de participar del parnaso de las formas de la trascendencia porque sencillamente, están fuera del
ágora.
Desde ese lugar, lo que nos hemos
propuesto, no es la búsqueda de la recuperación de una imagen, ni la invención
de otra, sino más humildemente, la pretensión de conjugar la actualidad que nos toca, con
la percepción que tenemos de la figura humana, tal como se nos presenta aquí y
ahora.
Laura Massoni, escultura
Laura Massoni, agosto
de 2017.
NOTAS SOBRE LA VIGENCIA DEL
RETRATO
De un modo u otro, la
representación de la figura humana, al igual que la pintura, el dibujo o la
talla, nos acompañan desde tiempos inmemoriales y, sin pretender exhaustividad
en el recuento, es fácil ver que la externación de sí y el relato de los otros
ha sido objeto de las más variadas condiciones, pero sin dudas, ha sido y es un
modo de ejercer, dar o mostrar poder.
Ha habido culturas que se han
centrado en la descripción de las tareas humanas; de la humanización de las
fuerzas de la naturaleza; de la representación de sus temores, de sus alegrías
de sus deseos y paradigmas. Más acá en el tiempo, las ha habido para explicar y
explicitar las jerarquías, los oficios, los saberes, los sacrificios, los
ejemplos, las ejemplarizaciones, los castigos, los dolores; las clases
sociales; los entronizados y los poderosos; los con los nombre y apellido, los sin
nombre, el tumulto, la masa; los vivos, los muertos y los resucitados, y
también ha prohibido su representación, se ha distorsionado, se ha sincretizado
animalizado o idealizado, vuelto a esquematizar y también, retenido en papel
fotográfico.
Es preciso remarcar que la
representación de la figura humana ha acompañado la humanidad toda, siendo en
general ponderados por la memoria colectiva los ejemplos que a su vez destaca
la historia oficial, que es la historia del poder triunfante y de la excelencia
profesional (a no dudar que el elenco de artistas que la componen son grandes maestros
que con sus saberes produjeron obras que
se sostienen y defienden solas, independientemente de su vínculo con el poder
simbólico, económico o secular que las consuma y consagre). Ahora bien, también
se produjo y produce un enorme volumen de obra de arte -no trascendente en los
términos antedichos- que ha sido y será absorbida por el tiempo como sucede con
todo lo popular, que encuentra su cauce expresivo y trascendente en el dato
colateral, en el archivo sesgado o en la tradición oral.
De tal manera que, hay que ser
claros, cuando nos referimos a la representación de la figura humana desde una
cultura tributaria de las formas y contenidos coloniales y neocoloniales como
la nuestra, nos estamos centrando en la cultura dominante, en el relato oficial
hacia el pasado y en la cultura global en la actualidad, esa que, de manera
sustantiva, se desarrolla en las subastas, en el mercado, en los museos y
ferias y de un modo un poco más anómalo
o con pretensión transgresora en las bienales y templos que se
multiplican en la actualidad. Y es que para el colectivo, pensar en la figura
humana representada por el arte plástico, es un camino directo hacia el pasado,
las obras más contemporáneas o son fotografías intervenidas, o no han sido
internalizadas como tales, dada esa condición alterada (representaciones
formalmente subjetivas) que remite a otra forma del humano, que no es la
visible para todos los mortales.
Hecha esta aclaración, nos
referimos entonces a las enseñanzas que se reciben en las academias y talleres
respecto el tema, que refieren a la oferta que organiza el mercado respecto de
las imágenes modélicas a estudiar e interpretar, con algunas notas desordenadas
respecto del mundo circundante a ellas.
En ese sentido puede advertirse
que el tiempo de inmanencia de las formas y los colores de un Picasso no son
las mismas ni transcurren a la misma velocidad que las de un pintor como Berni.
Nadie discute su calidad, ni se los compara, sólo quiero señalar que su
diferente posición en el mundo hace que su trascendencia sea necesariamente
diferente.
El primero toma, desarma,
fagocita, regurgita, y no rescata sino más bien relumbra el arte africano (por
dar un ejemplo), el otro, se mantiene cerca de su pueblo, intentando un arquetipo
probable de la configuración de su vida y costumbres, otorgándole visibilidad,
identidad. Ambos militaban en el partido comunista.
Referirse a la figura humana es
aludir a la distribución del poder simbólico, concomitante con el poder
económico y social. Ahora bien, desde hace unos años, buena parte del poder
real ha dejado de ejercer en su nombre. El burgués capitalista – quien seguía
la lógica del poder que había desarrollado el monarca absoluto - se hacía
retratar llegado al pináculo de su expresión económica mientras iniciaba la
validación simbólica - a falta de sangre azul que lo justificara - en la
convicción de su superioridad. Él tenía nombre y apellido, por tanto tenía
colección de obras reunidas bajo ese manto, que además resultaban inversiones
en su calidad de mercancías.
Sergei Shchukin,
coleccionista de arte
Ver para creer, el retrato de la
actual reina de Inglaterra fue realizado por uno de los últimos retratistas con
inmejorable pedigree dentro de la aproximación psicológica al retratado, Lucien
Freud, en un formato casi de estampilla, sin marco y sin espacio para la
ostentación de atributos monárquicos, antes bien, vemos la sustanciación del
desamparo que le produce su condición a la coronada, condenada a la introspección
y la dureza.
Lucien Freud, retrato
El género del retrato tal como lo
conocimos se ha dificultado, puesto que se ha sumado a los “sin rostro” que históricamente
encarnaron las masas populares cada vez más numerosas y pobres, a los “sin
rostro” que detentan el poder actual (en su mayoría productores de dinero, no
de bienes) que en su abstracción sin referente han modificado su relación con
el patio de los objetos hacia el establecimiento de un vínculo indeleble con
los micro objetos (chips) o con la virtualidad (internet y afines), que, en la
más material de las apropiaciones, descansan sus reflejos en fotografías de
dudosa calidad pues no tienen, ni se toman, el tiempo necesario para posar.
¿Supone esto que en ambos
extremos de la cuerda social ya no es importante la expresión íntima y
psicológica de la figura humana?
En un primer momento tal
presunción pareciera salida de la realidad, porque toda la humanidad, como
nunca antes se retrata, se auto-retrata (selfies), se estereotipa y se inventa
un querer decir y parecer, literalmente de cara a los demás, en miles y miles
de registros fotográficos que perviven en las redes sociales, lo quiera su
autor o no.
Ese retrato, no es al que me
estoy refiriendo.
Ese acto de ser descubierto por medio de otro
que a su vez sesga con la posibilidad de su comprensión, y la vibración
adocenada y retenida de su pulso, esa interpretación de lo que ve en el
retratado, ese tipo de figuración está en crisis como lo está el último bastión
del antropocentrismo, la filosofía de la existencia, que tuvo un exponente
extraordinario en Alberto Giacometti, perseguidor del retrato, maravilla de la
duda, y lo inacabado sostenido en el andamio de la representación de la figura,
en los pretéritos tiempos de la simetría poderosa e ideal.
Alberto Giacomettii, retrato
Esa desesperación por fijar una
identidad, que por definición está en construcción y deconstrucción permanente,
siendo su carácter eminentemente móvil, quedó suspendida en su pregunta, para
mejor oportunidad.
Insisto, hoy, el poder lo que
menos quiere es “comprender y dar sentido” a la humanidad, se identifica antes
bien con sus nuevos esclavos, las máquinas, habita espacios neutros, asépticos,
donde los fluidos corporales quedan fuera de lugar, y las anomalías como las
enfermedades se ocultan, igual que los sentimientos, todos ellos mostrados por
medio de inodoras pantallas que median entre los humanos y esas realidades,
acrecentando su ajenidad por ese medio, recalcando su rechazo. Hoy, como nunca
antes, las sociedades poderosas ubican su identificación y empatía en el
universo binario que lo sirve, regula y por tanto condiciona a límites que ni
sospecha. Parece como si Dios - que nos hizo a su imagen y semejanza – que murió
según noticia nietzchiana, hubiera renacido en la Matrix, que nos hace creer
dioses en su universo cerrado, ordenado y sereno. Perfectamente controlado.
Pero, la inmensa mayoría de la
población mundial no participa en esa nueva sociedad innombrada aún y sin
rostro. Existe una enorme cantidad de personas que forma una masa de desahuciados
(refugiados, a-culturados, migrantes, desocupados) que deambula por el mundo,
sin lugar ni derecho y a la que pareciera que le cabe la variable de ajuste
ambiental elucubrada por el capitalismo actual como remedio ecológico, esto es,
la muerte.
Esas personas, cada vez que
pueden, intentan registrar su imagen por el medio que sea que tengan a mano, o
les brinde la oportunidad. Y es que en ese acto de identidad primigenio nos
salva o alivia en forma momentánea del dolor de esa desgracia.
Todo humano entiende y aprecia el
valor de ser retratado, atendido, comprendido. Desde la reina inglesa hasta los negros albinos de Miquel Barceló.
Miquel Barceló, retrato
Si algo caracteriza al hombre
actual es ese estar en tránsito, en movimiento cotidiano, transgrediendo toda
política de fijación al suelo, no por espíritu libertario (como podía tener el
esclavo o el colonizado) sino por supervivencia. Ya no es esclavo, es refugiado
de alguna situación infrahumana que es necesario sortear. Su deseo no es
trascender, sino ser tratado humanamente, comprendido y digno de ser
representado.
Omar Isse, retrato
Laura Massoni, agosto de 2017
Hace muchos años, un héroe de las
sombras en movimiento, Charlton Heston (Charton Géston) protagonizaba una
película que se llamó “El planeta de los simios”. Era una de ciencia ficción
que transcurría en el futuro, luego del reventón.
Por aquella época todos latíamos
al ritmo del teléfono rojo, el botón romo, el humor de los presidentes
norteamericanos y rusos, la casi inexorable guerra nuclear.
Heston había viajado en el tiempo,
por accidente no por propósito, y se había encontrado con un mundo inverso. En
él, los simios dominaban la civilización –de neto corte autoritario, espejo de
la nuestra– donde los esclavos eran los humanos a quienes mediante un
dispositivo incrustado en sus gargantas, se los había enmudecido.
Contaba la leyenda simia que
veneraba a su fundador, que todo había empezado un día que un mono de
laboratorio, desesperado por los vejámenes a los que era sometido se había
erguido y había dicho: NO.
La película era estándar, pero
como todas las de ciencia ficción decentes, recogía las verdades subconscientes
que dominaban la época. O por lo menos eran los temores que me dominaba a mí. En general no se me presentan los
terrores como personales, sino en forma de preocupación por el conjunto de seres que me rodea.
En las actuales circunstancias,
las variables no han cambiado, más bien se han engrosado y prohijado otras, más
sutiles.
He pensado últimamente en seguir
diciendo NO.
Porque no es nada nuevo, es casi
una costumbre.
Es más, en cierto modo me sé
integrante de una multitud de decidores que NO, como forma última de la
afirmación de la vitalidad.
Está en juego la vida.
Decir que no a los yugos
múltiples y sucesivos se ha convertido en un deporte, que no por masivos dejan
de parecer solitarios en la medida en que por momento no involucra una
organización, ni puede hacerlo, dado que el espectro que confronta es el de la
servidumbre voluntaria. Monstro de los mostros que, materializado, se ha hecho
invisible.
La servidumbre voluntaria es la
forma de trabajo actual. Se está compelido a la acción, bajo pena de creerse
muerto, porque se ha equiparado el estar muerto con el ser inútil. Hacer algo
productivo (en términos de consumo) se convirtió primero en axioma, luego
mediante un proceso de naturalización que hermana a los medios de comunicación,
la tecnología y la psicología de masas en su voluntad política, en un objetivo
común. Se naturalizó al punto de confundirse con el principio de necesidad de enunciaron
las vanguardias (en el que ya probablemente anidaba en el sistema de trabajo la
superposición del tipo de trabajo industrial introyectado con la interioridad del
sujeto).
Así, presuponiendo un sujeto
activo, productivo y consumidor, el personaje no necesita que lo hagan trabajar
hasta reventar: trabaja solo hasta consumirse, porque está solo, porque se
comunica sólo a través de su producción, porque perdió el contacto con la
cadena de producción comunitaria, porque no sabe cómo plantar sus verduras.
Me es dado pensar que ese
desarrollo (como tantos otros) fue “actuado” por el arte o por buena parte de
los artistas que se convirtieron en ejemplos de tal perfil de trabajador
–mientras fuimos inocentes– y de humano, cuando dejamos de serlo.
Actualmente, la industria del
conocimiento a través de sus editoras e innumerables autores, razona como
humano todo aquello que lo separa de la naturaleza. Pero eso es así en el mundo
globalizado, donde a su vez se exhibe por medio de los medios ese prototipo de
ser, como modelo a seguir.
De ningún modo constituye una
mayoría. Por decir, todos los pobres o las grandes mayorías que NO acceden al
tiempo de ocio necesario para conocer esa segunda naturaleza espectacular de la
que hablamos, constituyen la inmensa
mayoría del mundo y no tiene idea, ni les importa de qué estamos hablando.
Producen sí, otras segundas
naturalezas que resultan continuidad de la primera, sin necesariamente
agredirla. Son personas de múltiples destrezas tratando de no mezclarse
éticamente con aquella cultura que les resulta obscena.
Desde ese lugar me gustaría decir
NO al arte de baja estofa que convalida los procedimientos complejos que nos
han conducido a esta nauseabunda cultura de la servidumbre voluntaria.
No es necesario todo ese trabajo,
excepto que nos creamos todas las historias de superhéroes con sus yoes
paroxísticos y nos aboquemos a reventar, a implotar, porque hayamos negado el
final.
El final es el mismo de siempre:
todos nos vamos a morir. Con nuestros yoes doble pechuga, con nuestra miserias
y cocardas, con nuestros terrores y excesos, embadurnados en una soberbia
portentosa, una autoestima extra chata y una sabiduría ausente.
Si abolimos la muerte, estamos
fritos.
Si pretendemos trascender,
también. Se trasciende sin uno proponérselo, es mi opinión. El sumun del
control sería institucionalizar la percepción de los que siguen.
La obra que se propone dejar un
legado, es el discurso políticamente correcto de la construcción de una marca;
la que no tiene ese propósito, la que no es hija de un objetivo o de un plan,
es eso, obra.
Otros factores, circunstancias,
azar y calidades la harán o no, obra de arte. No es importante. En el mejor de
los casos, había que hacerla.
Entre nosotros habita un buen
conjunto de artistas que asumen la postura que pregono, en general, artistas
que les importa poco la importancia personal y persiguen la mayor libertad
posible a la hora de trabajar (estado alejado de toda forma de misión, voto
sacerdotal, revelación mística, etc.) en ese impulso que lleva a modificar la
materia y darle forma.
Menos ocupados de la originalidad
que de la calidad, nada atentos a la distinción política entre arte y artesanía
o arte y diseño, relajados respecto de los formatos del poder que hoy se
manifiesta mediante el gigantismo formulado por medio de materiales de elevadísimo
precio –lejos de pedestales y escalinatas, dorados a la hoja o incunables– con su
atención dedicada a los gajes del oficio, sabiéndose con voz propia en tanto
colectiva, mostrando en definitiva, que se pude ser “como cualquiera” siendo
consciente y que dicha operación es una forma incontestable de decir NO a la
economía de mercado, al “status quo”, a lo inexorable que se manifiesta como
ambición, en ese mundo sin Dios, sin patria y sin demanda.
Ese es el NO que falta en el
recuento de las rebeldías que suma con empeño la intelectualidad que intenta
explicar el cinismo del mundo global, desde dentro, desde la sociedad predadora
que los contiene.
La enorme mayoría del planeta,
que son los pobres y postergados que pueblan los cinco continentes NO
ambicionan el éxito, los cinco minutos de fama o los millones de seguidores. En
general, prefieren dar de comer a sus hijos, tener una ocupación que lo
permita, tiempo para hacer cosas que les gusta y cobertura médica y social que
permita una austera vida sana.
Prueba de ello es que no se
agrupan en conjuntos de violentos, no altisonan con ningún mesianismo, predican
con el ejemplo.
Existe una intuición colectiva
que demanda sabiduría, para NO responder a la violencia con más violencia. Se
contesta con desinterés, se vota mal, se llena uno de problemas, se percibe un
detrimento de la calidad en el rol de ciudadano –como en tantos otros
oficios–pero no se responde con violencia.
Se exhibe una enorme tolerancia
al hermano animal, al sol , a la luna, al brote, al bebé, etc.
Siempre en términos colectivos,
mientras los medios te muestran lo contrario, el infinito testimonio personal que por intolerable sume primero en la
impotencia y luego en la anestesia. Pero siempre siempre cumple su objetivo:
desdibujar la percepción del conjunto, de la clase, de la tribu de pertenencia.
Herramienta básica de la trituradora de conciencia colectiva que en su eficacia
propicia y festeja el biotipo del servidor o esclavo voluntario que inunda el
globo, pero, insisto, no domina el planeta. De manera intersticial percibo
múltiples rebeldías a ese estado de las cosas.
Abomino entonces de ese arte que
renunció contento a operaciones humanas tan propias como reflexionar,
contemplar, pensar. El campo artístico no se agota, ni de lejos en el universo
de los sentimientos, las sensaciones o las percepciones. Ellas son su materia
prima, pero su universo se integra de todas las capacidades humanas; fragmentar
los territorios espirituales es la más eficaz estrategia para internalizarse
como segmento, de cara a la especie. Superestructura de la división del
trabajo: la división del espíritu.
Si bien las operaciones que
reclamo también para el arte (reflexionar, contemplar, pensar, razonar, etc.)
no tienen imagen, cierto es, que determinado tipo de imágenes las propician, lo
han hecho. No me queda claro y poco importa, si ha sido por voluntad consciente
de los artistas, pero lo cierto es que lo han hecho fundando la imagen en el
misterio, sin mostrar las herramientas, provocando la curiosidad.
En lo que NO ha sido dicho se
esconde una invitación provocativa o seductora que propone el pensamiento. En
este sentido el maridaje entre imagen y palabra es el más antiguo entre
nosotros.
De tal modo que en un mundo sin
espacio real para el ocio, lo que ha hecho el arte en las más variadas formas,
es sostener esa operación que permite que el objeto artístico altere o suspenda
el tiempo durante un período, por breve que sea. Cuando ese otro reloj se
rompió, porque el cronómetro ganó todo el espectro, se propone a sí mismo como
obra de arte. Se muestra realizando su trabajo.
El esclavo del siglo XIX que estaba
en situación similar, incorporó la síncopa e inventó el blues, incorporó la
destreza guerrera al baile e inventó la capoeira.
El espacio vital está tomado en
buena medida por la carrera a ninguna parte.
Algunos, voluntariamente ubicados
en la banquina miramos el maravilloso paisaje y les ofrecemos agua a los
corredores, con la esperanza de que detengan su marcha y podamos compartir la
belleza circundante y nuestra sonrisa cansada.
Laura
Massoni
noviembre,
2016.
(el que sigue es un texto escrito para la presentación del colectivo artístico Bexia)
Bexia, desde antes de mañana.
Sin sobreabundar en la
descripción de subterráneas tradiciones, quiero señalar que el conflicto entre
las mujeres y el saber, está lejos de resolverse. Es posible que se deba a que en general llamamos “saber” a ese
corpus de conocimiento que adocenó durante miles de años el género masculino, en
el que las mujeres no participaron mayormente de su producción.
Hoy, entendemos que las mujeres
están conquistando progresivamente saberes que históricamente les fueron vedados.
Todos tenemos una idea de que eso es cierto, en las múltiples maneras en que se
manifiesta. Esa conquista –el verbo conquistar–
tal como se designa, alude al acuerdo común de que el saber es poder. Podríamos
también asomarnos a la percepción sobre que esos conocimientos son poderosos
porque fueron acumulados por quienes ejercieron abrumadoramente el poder. ¿Qué fue
antes y qué después?
Cuando las mujeres quieren
descansar de estos axiomas que las incorporaron a la velocidad alienante del
mundo capitalista –siempre por valor de uso, nunca por justicia– no se les
ocurre holgazanear, no conciben no hacer nada.
En esos momentos gloriosos, echan
mano a su cultura milenaria transmitida por vía oral, concreta, vital. Los
quehaceres, y dentro de ellos, el placer infinito de sumar elementos estéticos
a la tarea –arte efímero en general– que entraña en sí la esencia del espíritu
del artesano: aquél que modifica un material por el sólo hecho de hacerlo bien,
con esa condición ética.
Cocinar, lavar, limpiar, coser,
tejer, bordar, plantar, cosechar, todas tareas que aprendieron que si hacen
entre mujeres, tanto mejor. Saberes no muy prestigiosos –en franca extinción–
que han enderezado a la mitad de la humanidad durante su existencia.
Bexia viene al rescate de ese
estado de gracia que supone el trabajo conjunto, la unión significativa, la
intimidad del diálogo, la expansión de la autoría, donde ningún “yo” corre
peligro, pues se entrega al nosotras, aunándolo con un oficio –el arte
plástico– que salvo excepciones, debió esperar hasta el siglo anterior para
sumar damas a sus filas, pues ha sido un área del saber particularmente vedado
a las mujeres. Sincretismo metodológico que propone un acceso posible a la
experiencia estética por fuera de los protocolos del medio y su entendimiento
del poder, sustrayéndose de las “tradiciones”, para recuperar la esencia.
Ello supone un conocimiento
profundo de la materia elegida, de sus condiciones de lenguaje de posibilidad y
de una lúdica apertura al acaso, al encuentro fortuito, sin resignar la
reflexión, la composición, de cara a la realización de imágenes plásticas
significativas.
Antes bien, no se trata tanto de
la huella de un diálogo entre dos personas, como de la enunciación de un saber
que nos involucra a todos desde su condición atávica, ineludible.
Bexia es un estado sencillo de
reconocer, está en nosotros.
Laura
Massoni, septiembre de 2016.
(el siguiente es un texto que forma parte del libro "La niñez cartográfica" de Lucho Galo, Buenos Aires, septiembre de 2016)
Los nacidos, recién, siempre…
Carbón en la arena, tiempo des
medido
El motivo condensa, concreta,
precipita
Deviene presencia insoslayable,
Primigenia certeza inexcusable: están.
Desde allí empujaron y pujan,
afirmando
El sentido,
de la lucha, del deseo,
con esa capacidad única que
tienen
para interpelar a los monstruos
y deshacerlos con la mirada.
Laura Massoni. 2014
La fuerza en la mirada
Cuando escribí esas líneas –posteriores a la
realización de la serie de pinturas sobre bebés (Serie del Horizonte devenido, óleos
sobre tela y carbón sobre arena,
2013/2014– de un lado, me estaba refundando una vez más luego de una inundación
que se llevó buena parte de mi trabajo de muchos años y también, estaba
reflexionando sobre la fuerza poderosa de esos bebés que se habían defendido de
la muerte en épocas de exterminio de sus padres, ante la mirada de los
represores, habían sobrevivido.
Corrían épocas de recuperación de nietos y del caso
insignia, el nieto de Estela de Carlotto.
Nuestro entramado social encontró en un mar de
impedimentos la ventana que permitió reasumir la búsqueda concreta de justicia a
través de la figura de a la apropiación de niños realizada durante la última
dictadura, la consecuente supresión de la identidad, todo lo que sabemos.
La constatación de la fuerza irreprimible que tiene el
desvalido ante el conjunto de los opresores es algo que siempre ha llamado mi
atención. Recibe todos los castigos, restituye desde y para la memoria, su
presencia ineludible. La recurrencia en su hostigamiento y persecución,
también.
La niñez como potencia, como universo de posibilidades
en acto, como derecho y deber.
En este lado del mundo el camino recorrido por la
niñez ha sido largo y a paso de carga. Se le ha impuesto toda suerte de etiquetas,
se la ha destratado de muchas maneras y desde hace poco tiempo con respeto como
condición. Nada está cerrado.
La convención de los derechos del niño tiene tan solo
pocos años y da cuenta no sólo de su conquista social en forma normativa que
enuncia la necesidad de su protección, sino también la enorme necesidad de su creación,
reverso de la creciente masa crítica de niños en total y absoluta indefensión
que habita el planeta, conforme asola a la vida humana el modo globalizado del
capitalismo financiero, por definición sin orden ni concierto. Con un
agravante: la convención se enseña en las escuelas de niños, pero no en los
universos adultos. La mayoría de los adultos no conocemos sus derechos.
Por mi parte, concibo el arte como testimonio de un
camino –de una búsqueda que es personal en tanto colectiva– en la que la
producción de imágenes opera como testigo y testimonio de ambas.
En el trabajo artesanal concreto (cualquiera sea) se
exploran las dimensiones de la habilidad, el compromiso y el juicio de una
manera especial: aquella que asume la estrecha conexión entre la mano y la
cabeza. Toda persona abocada a este tipo de tarea mantiene un diálogo entre la
práctica del oficio y el pensamiento. Este diálogo evoluciona hasta convertirse
en hábitos que establecen un ritmo entre las soluciones y la aparición de
nuevos problemas.
Así es como las personas podemos aprender de nosotros
mismos a través de las cosas que producen nuestra cultura material, que por
cierto, no obedece a los ritmos de la vida biológica ya que sus obras no se desintegran desde
dentro como un cuerpo humano, ellos siguen un curso diferente en el tiempo en
la que la importancia de la adaptación y la metamorfosis crece a través de las
generaciones.
Se trata para los humanos de un impulso duradero y
básico: el deseo de realizar bien una tarea, sin más.
Asumo la práctica artística como un modo de
conocimiento y también un método de reglas en continua reformulación, que reúne
todas las peculiaridades enunciadas.
Dije, el camino
es colectivo y personal. El primero se me presenta más sencillo de organizar en
palabras, el segundo involucra la intimidad. Sólo mencionar que he atravesado
todas las instancias conocidas de la gestación, finalmente coronada con la presencia
infinita de mis hijas y que esa caja de mamushkas que es la vida, me impulsa.
La producción de imágenes plásticas es en sí, un acto
de memoria que condensa las memorias ancestrales, las inmediatas, las perennes,
las casuales. Resultante de una síntesis que adocena gestos y sensaciones, tal
vez y solo tal vez, entabla un diálogo con quien ya lleva en sí las capas
geológicas de su cultura en la medida en que se sienta espejado, aludido,
representado. Allí residirá su eventual representatividad y eficacia.
Laura
Massoni, 2016.
CONTRA LA ESPECIALIDAD.
I. Leonardo,
Beuys, Kubrik y Platón.
Se plasma sobre el soporte o se modifica la materia, en función de
lo que se ve.
Eso que se ve, está compuesto por extensas y titubeantes variables
que incluyen lo que se ve en el tiempo en que nos toca vivir, en el espacio que
nos toca habitar, en la subjetividad de la historia personal, familiar,
colectiva, pero además y como va de suyo, se agregan hasta las condiciones
anatómicas del ojo del que ve, pasando por la cronología de sus cuerpos (que no
es lo mismo dibujar a temprana edad que a la última) y también de las
condiciones de producción material y técnica tanto del que opera plásticamente
sobre una imagen, como de los medios que su época le proporciona o que ha
sabido adocenar.
A eso habrá que agregar, lo que se espera que se vea por parte de
los otros que ven y la ausencia de visión propia de cuando una vez producida la
pieza, comienza a circular en los espacios de exhibición, donde ella está sola
y quien ve, es el espectador.
Espectador, que a contrario de lo que muchas veces se fabula, es
un humano que comparte en sí todas las mismas características en potencia y
acción con el productor y que esencialmente ve lo que puede o quiere,
irremediablemente emancipado de la imagen que se ofrece a su atención, toda vez
que, para que él vea la imagen, la tiene que haber sabido de antes, no puede
verse lo que no se sabe de antemano, porque si no, no se ve.
Así, la imagen, que es muda, resultante de una condensación de
gestos parlantes de su realización (no pueden materializarse sobre la misma materia
todos las intuiciones, necesariamente, hay una síntesis) sucede ante unos
destinos que no nos hablan o que en el mejor de los casos tienen un registro
personal de sus sensaciones de tal modo que se adueñan o rechazan la imagen en
la medida en que la hacen propia.
Entonces, la imagen no tiene un propietario real y la
individualización de su autor no sirve para explicar qué ha sucedido con el
espectador.
Esta bella libertad que acontece desde el acto de la producción
hasta su realización con los otros, ha sido materia de ríos de tinta para
tratar de explicar/se dónde podemos encajar en el orden de las jerarquías que
nos permiten entender el funcionamiento social, a los artistas.
Menudo problema que le sacó canas verdes al amigo Platón y que nos
marcó para siempre en este juego de salir del corset que juega el artista cada
vez que se lo quiere ajustar al casillero, adquiriendo casi en forma
sistemática el carácter de transgresor de las reglas vigentes, aún a costo de
perder su propio espesor poético, cuando ese carácter se convierte en el centro
de la observación de sus acciones.
Recuerdo en este momento el preciso y ajustado sitio que le otorga
Platón al artesano (que no puede “por naturaleza”, dice, dejar de serlo) e
impedido por definición de acceder al mundo puro de las ideas, puesto que sólo
puede desplegarse en el corruptible universo material y, en sentido contrario,
a Joseph Beuys afirmando que todo ser humano es un artista e invitando a la
humanidad a recuperar ese peculiar sitio desde el que se producen objetos,
ideas, conductas, propósitos, políticas, con el mismo cuidado con que se hace
un zapato bien hecho, con oficio y vocación de servicio.
Se agolpa en mi imaginario el despliegue de Leonado como un ser
humano por excelencia que se desplegó todo lo que pudo sus deseos e intereses
sobre muy diversos quehaceres y oficios. Más es importante notar que no sobre
todos.
Cuando se dice que ya no es posible retener el conocimiento de la
época porque es tanto que sería imposible absorberlo, se está haciendo una afirmación
falaz. No se conoce a nadie que haya condensado en sí todos los saberes de su
época, en vez, trasciende hacia la eternidad concreta la figura de aquél que intentó
desplegar sus curiosidades en todo lo largo de sus posibilidades. Es bien
diferente.
Hace ya demasiado que los discursos en circulación destacan con
demasiada liviandad y sin medir consecuencias en cuanto a la responsabilidad
social, que el ejercicio de la creatividad tan pronto es para seres tocados por
los dioses, o idiotas que no encuentran el modo de ser útiles, o personas excepcionales
que logran superar infinitas dificultades para desarrollarse, es decir, un sin
número de descripciones que colocan en forma sistemática la actividad creativa
cerca de lo inhumano y seguro en cabeza de unos pocos seres especiales, que
sufren en toda la panoplia de posibilidades del sufrimiento esa condición indescriptible
de ser depositarios de un don que los avasalla. Modelo reductor del
individualismo romántico europeo, o de cuando el hombre se quedó solo, sin
cobijo monárquico, frente a la puerta de la mina de carbón.
Así, hasta para la ciencia eurocéntrica habrá de remarcarse, como
se ha hecho, que la precipitación de un conocimiento hacia el raciocinio no
proviene de la deducción lógica, antes bien de una suerte de intuición que
mucho tiene de manifestación divina para quien la vive, porque
fundamentalmente, no la puede explicar y acontece a una velocidad que no admite
inducciones ni deducciones (Newton y la manzana).
Generalmente no se insiste en que para que esas iluminaciones
precipiten a la tierra de las explicaciones hubo antes la generación de todas
las condiciones posibles para su producción. Es difícil que caiga lluvia cuando
el cielo está limpio o que podamos tomar un baño de luna al mediodía.
Así, la adquisición de saberes específicos (oficio, saber,
conocimiento) para la producción de imágenes o de cualquier otra cosa, es
imprescindible, pero es algo muy diferente afirmar que para que la creatividad
se despliegue, es imprescindible ser especialista en la materia.
Creo que no, que incluso no es deseable.
Para mantenerse abierto y dispuesto a lo que se ve, entiendo que
hay que intentar la resistencia al axioma jerárquico que dice que uno sólo
puede trabajar en el ámbito de la especificidad más estrecha.
La tensión entre el propósito de integrar todos los saberes que
tiene una persona y el dedicarse a desplegar exhaustivamente una de sus
potencialidades, bajo el nombre de especialidad, especialista en, idóneo,
profesión etc., es una discusión no menor en el marco de todo el mundo
contemporáneo, que excede ampliamente el rol del artista – quien más bien
refleja y acompaña proponiendo preguntas y haciendo propuestas– sobre los más
diversos modos de interpretar la especialización como meta de la vida en el desarrollo
de su vida. Porque no debe estar ausente la enunciación de la consecuencia
primera: una mirada muy sesgada respecto del mundo en el que vive y una cierta
sensación de vacío, producto de haberse perdido la oportunidad de vivir
modalidades más amplias e íntegras de la vida.
Esa falta de integralidad, por supuesto deviene del desarrollo del
modo de producción de bienes del mundo moderno, tributaria de la regla regia de
la división del trabajo que ha acentuado la huída hacia adelante de esa
humanidad que respeta más los bienes que produce que a sí misma,
convirtiéndonos en extranjeros de nuestro propio planeta, a partir de mirarlo
como a un objeto y no como a uno mismo con diferente organización de los
elementos que nos componen. Valga el juego de palabras, un vergonzoso sacrificio
de la integridad.
Refugiados de la naturaleza que desconocemos pertenecer, vivimos
entre tabiques ortogonales que segmentan el espacio, fragmentan los cuerpos,
sus imágenes y sus ideas y nos disparan hacia la percepción de un espacio
cósmico, bello e imaginativo, inabordable y asfixiante.
Dato curioso, la representación del espacio cósmico no apareció en occidente hasta
que no se dieron las condiciones: dirigir la mirada hacia arriba…porque mirar
de frente o abajo ¿resulta doloroso?, Kubrik nos dijo cosas valiosas sobre esto.
Noticia: nuestro ADN sigue siendo el mismo que el de los muchachos
que habitaban las cavernas bajo el sol de los tiempos primigenios y esa condición, desde la perspectiva
del descontrol devenido del más férreo control de las personas que se haya
ejercido jamás, se pretende una limitación. Qué tontería. Qué falta de humor.
Funcional a ello, temer a la muerte hasta la parálisis
inhabilitante resulta espejo de temer a la vida y desear profundamente que el
tiempo no transcurra, la vida no se termine, a lo mejor con la razón que asiste
a quien sospecha que desmadrado y sin espacio, no puede vivir el transcurso del
tiempo con curiosidad, con alegría. Sólo puede lamentar que no vive, y seguido
a ello, usar su condición para inventar toda suerte de apósitos para tapar,
morigerar, negar, erradicar, esconder y así poder soportar los límites del
corral, y las continuas beligerancias que lo arrasan.
No es esperable a estas alturas que esa conducta cese de repente.
Ni tampoco deseable. Sólo pensarlo, pone la piel de gallina. No se trata aquí
de proponer rupturas feroces, puesto que la misma contemporaneidad ha
constatado lo devastador de la reacción, o de otro modo, que cuando el polvo
cae luego de la explosión: asfixia, enferma y mata.
Tal vez, se pueda apuntar que una de las lecturas que admite la
primera parte de este texto podría enlazarse con la teoría matemática de los
conjuntos que demuestra que el todo y la parte tienen la misma jerarquía e
incluso la parte puede llegar a tener más envergadura. Adiós a los prejuicios de
Platón sobre los zapateros.
La sensibilidad no conoce límites físico políticos, ni reducciones
de laboratorios, más bien es una construcción común a todos, sin que ello
diluya las personalidades, antes bien, las potencia. Vuelvo al ejemplo,
Leonardo, es, en este sentido, patrimonio de la humanidad. Ni podemos pensar la
vida como si no hubiera estado allí, ni podemos dejar de sentir su proximidad
hablándonos al oído, aludiendo a la bella perseverancia y el juego.
Estallar el escudo de la especialidad, lo específico, lo que tiene
un solo sentido, lo que perdió la visión macro, la conexión con el otro, la
solución única o la final.
Aparece nítida la oportunidad de estar en el mundo, antes que la
eyección sea una posibilidad tecnológica concreta y necesaria y no sólo una
anticipada descripción filosófica.
A los artistas, la tarea de continuar marcando la anomalía en el
diseño perfecto y la infinita combinatoria de posibilidades para reencontrarnos
en otra voluta de la espiral, con herramientas afines y saberes conocidos e
inexplorados.
LAURA MASSONI. Octubre 2013.
XUL SOLAR por Laura Massoni
Buenas noches, Xul
Me emocioné al leer lo de Xul!!! graciaaaasss!!!
ResponderEliminar